
Fue en el hospital de la Misión del Corazón Puro, un hangar con campanario en el que recoge a los moribundos abandonados en las calles de Calcuta, donde conocí a la Madre Teresa. Estaba lavando las llagas de un hombre todavía joven y tan esquelético que parecía un muerto viviente. Le hablaba dulcemente en bengalí.
Nunca olvidaré la mirada de ese pobre desgraciado. Su sufrimiento iba cambiando poco a poco, primero en sorpresa y, después, en paz. La paz de una persona que, de pronto, se siente amada. Adivinando que alguien estaba detrás de ella, Madre Teresa se dio la vuelta. Y yo me sentí terriblemente avergonzado. Los ojos desorbitados del moribundo parecían suplicar a la religiosa que se ocupase de nuevo de él.
Para el artículo completo de DOMINIQUE LAPIERRE ir al título.